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Yopal
2025-07-15
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MYRIAM ROZO: CUATRO DÉCADAS DEDICADAS A LA EDUCACIÓN

 

Ser docente es el mayor acto de amor a la educación que puede existir. Lo supe en cuanto la vi, en cuento me senté con ella y hablamos. Se veía el cansancio en sus ojos, pero al mismo tiempo, podía ver aquella chispa que solo una mujer con su historia podía contar. Hoy, aunque bastante tarde, la despido con amor, con cariño y una profunda admiración. Después de 42 años entregados completamente a la educación, decidió finalmente jubilarse, y tomarse un muy merecido descanso. Siendo ella una de las fundadoras no reconocidas de la sede Simón Bolívar, se despide con la frente en alto y una gran historia por detrás.

 

Entrar en la sección de preescolar, es como entrar a un colegio completamente distinto: no hay basura en el suelo, los salones están llenos de vida y creatividad, los niños corren y ríen, y sus profesoras están atentas a inculcar valores como el respeto, el orden y la responsabilidad. Entre las docentes más destacadas, Myriam Rozo.

Al fondo, casi escondido, estaba allí su salón. En cuento la vi, supe que una gran historia me esperaba, se podía ver en su mirada, se podía ver claramente que Miriam traía una gran historia, única e inigualable, llena de dificultades y grandes hazañas que solo ella conoce. Sentadas, en una sala aparte, me empezó a contar su historia.

Egresada de la Escuela Normal de Monterrey, con pregrado en la Universidad de Santo Thomas de Aquino, en Bogotá, y posgrado en la U.P.T.C. Una mujer muy bien preparada y con un método de enseñanza que rompe con el paradigma de la enseñanza tradicional.

“—No enseño vocales, no enseño consonantes. Implemento la nueva metodología.” —Me dijo.

Una metodología que, a lo largo de su carrera, incomodó y desafió muchos estándares de la enseñanza tradicional. Myriam, enseñó conectores, les ayudó a los niños a crear oraciones concretas, y evidenció con esa metodología que los pequeños aprenden mucho más rápido a comparación de el método de enseñanza tradicional. Siendo esto uno de sus mayores desafíos como maestra, porque desafió lo que, durante años, se les enseñaba a los niños.

Rozo, también me contó que otro de sus grandes desafíos fue enfrentarse ante las potencias mundiales de la educación. Me compartió que fue a una cumbre de educadores, fuera del país. Se sentía diminuta ante maestros de Australia, de Estados Unidos y muchos otros. Era ese sentimiento agobiante de inferioridad, de sentirse menos capaz que otros docentes de países de primer mundo.

“—Recuerdo que me llegué a sentir ansiosa —me comentó—, pero me dije: ‘¡Yo he estudiado esto! Yo sé qué es lo que hago, me he especializado en esto, ¿por qué he de sentirme menos?’.”

Y así, Myriam entendió que por ser de un país de tercer mundo ella no era inferior, valía lo mismo y no debía dejarse menospreciar.

También me contó varios problemas que enfrentó como docente. Como educadores, quedaban escondidos, muchas veces no tenían apoyo, además, ella me decía algo que realmente me dejó pensando. Me hablaba sobre una comunidad egoísta, entre los pocos que había, no existía el apoyo mutuo. Me planteaba el escenario de que muchas personas se formaban profesionalmente como docentes, y la gente de su propia comunidad los atacaban con comentarios como: “Pobrecita, ¿salió y quién la reconoció?”. Atribuyendo el éxito al reconocimiento.

Me contó la diferencia entre un colegio privado y uno público; el colegio público no cuenta con el suficiente apoyo del gobierno, no hay una buena gestión de recursos, por ende, muchos colegios públicos se ven deteriorados, no solo en sus instalaciones, sino también en la educación que estos brindan. En cambio, los privados cuentan con los suficientes recursos, al ser Instituciones independientes, pueden brindar una educación más personalizada, instalaciones de calidad y un mayor rendimiento académico en sus estudiantes.

A pesar de esto, ella en toda su carrera como docente, no dejó de brindarle una educación de calidad a sus estudiantes. Hasta me contó que tuvo discusiones con sus superiores por querer implementar distintas modalidades en preescolar, como la danza. No le permitían ingresar al profe de danza, aunque ella se comprometió de hacerse responsable de todo. Junto con los padres de familia, comenzó una lucha con el rector, y por medio de peticiones escritas, logró darles distintas actividades a los pequeños, algo de lo que se siente especialmente orgullosa.

 

“—¿Qué consejo le daría a alguien que está comenzando su carrera profesional como docente?” —Pregunté. Sonrío y me dijo.

“—Primero, amor por la profesión, si no hay amor no prospera. Segundo, persistir y resistir.”

Su primera mentora fue su madre, una mujer resiliente, quien le inculcó el amor a la educación, siendo ella misma una maestra.

“—Mi primera mentora fue mi madre, quien fue docente por 43 años.”

En la Escuela Normal, las monjas marcaron un punto clave en su vida profesional, ellas fueron unos de sus referentes de una educación llena de amor, respeto y ternura. Ellas, además de su madre, fueron las que le hicieron tomar la decisión de volverse maestra. Me dijo, con nostalgia, el lema que había allí en su escuela: “La excelencia solo se gana con exigencia”. Algo, que, a lo largo de su carrera y vida, puso en práctica.

Y es que Myriam Rozo, es el más claro ejemplo de la persistencia y resistencia. Siendo una de sus más grandes hazañas la fundación de la Sede Simón Bolívar, un logro que hasta día de hoy no se le ha dado reconocimiento.

Antes, no existía un salón adecuado para preescolar. Daban clases en una habitación pequeña y poco adecuada. Myriam no soportaba la situación, ella sabía que debía hacer algo, sabía que debía darles una educación digna a sus pequeños estudiantes.

Lo que conocemos hoy como Simón Bolívar, en aquel entonces le pertenecía a un señor. Parecía ser que le habían heredado el terreno, pero él no tenía escrituras, así que, legalmente le pertenecía al municipio. Myriam, harta de mala calidad de educación a los infantes, decidió tomar una de las decisiones más arriesgadas en su carrera.

“—Fui de las personas que, junto con los padres de familia y docentes, invadimos ese terreno, y por eso existe la Simón Bolívar.”

Una declaración que, sin duda, me dejó impresionada, aumentando mi admiración hacia aquella mujer.

Por invadir aquel terreno, los encendieron a plomo y machete, sin embargo, hasta el final lucharon por conseguir aquel terreno, y con la ayuda de Simeón Vega, Oliva Vega, Don Florindo, Gloria, Martínez, y muchos otros, pudieron fundar la sede Simón Bolívar. Ella, junto muchos otros, fueron los que pusieron las manos en la candela para poder levantar los cimientos de lo que hoy es Simón Bolívar.

A pesar de eso, nunca se le dio un reconocimiento, ni a ella ni a todos aquellos que ayudaron a levantar aquella sede. Ni siquiera en el día del Maestro. Ni un gracias, ni una mirada de admiración, ni un reconocimiento, nada. Aún así, ella ama este colegio, esta institución, ama a sus estudiantes y a todos los docentes.

 

“—¿Qué fue lo que más disfrutó de su tiempo como profesora de preescolar?” —Pregunté.

“—Fue haber podido compartir mi estudio como docente de preescolar como en mi formación.” —Me respondió.

Y ahora, después de una larga trayectoria como educadora, el sueño de Myriam es poder descansar, compartir con su familia: sus hijos. Salir a hacer esos viajes que tanto anheló, gozar de todo aquel tiempo que le dedicó a la educación. Aunque no se arrepiente de ser maestra, anhela tener tiempo para ella.

“—Mi sueño es poder gozar de este tiempo en que me abandoné a mi misma por la profesión.”

Ya casi acabando, le pregunté: “—¿Cuál es el mensaje que desea dejarle a sus estudiantes?”

“—Primero, que se amen a sí mismos, practicando el autocontrol y el autocuidado. Y segundo, que siempre actúen con responsabilidad y honestidad.”

Miriam, se despide, con la frente en alto y una historia que solo ella conoce bien. En cada año de los 37 en que laboró en nuestro colegio, se vio su compromiso, su esfuerzo y amor hacia la educación, y sus estudiantes.

“—La experiencia que tuve en mi Institución es algo con el sentido pertenencia, porque estuve estudiando desde la edad de 12 años (antes de ir a la Normal) cuando inicié mi bachillerato. Me voy feliz de haber pertenecido al mejor colegio de Yopal.”

 

Me siento afortunada de haber entrevistado a una mujer como lo es Miriam Rozzo, una mujer que a pesar de la adversidad ha logrado salir adelante, aportando a la educación sin esperar nada a cambio. Aunque no se le haya dado el reconocimiento que ella se merece, siguió en cada momento entregando lo mejor de sí misma y eso se ve reflejado en la huella que ha dejado en cada uno de sus estudiantes.

No sé si le hice justicia a su historia, pero lo que sí sé es que, aunque tarde, este escrito es sacado desde el fondo de mi corazón, admirando y sabiendo el sacrificio que esta mujer ha hecho.

Como estudiantes, debemos cambiar nuestra perspectiva hacia nuestros docentes, debemos entender que ellos también son personas, ellos tampoco la tienen fácil y sufren mucho más que nosotros. Como sociedad, como juventud y futuro del país, hay que entender que está en nuestras manos el crear una sociedad responsable, respetuosa y diligente, primeramente, aprendiendo de aquellos que son mayores que nosotros, y quedándonos con algo de cada una de las personas que nos rodean.

Admiró profundamente a esta mujer, y espero pueda gozar de una buena vida. Y aunque nunca la pude conocer bien, espero que con esto pueda reflejar su esfuerzo, su dedicación y amor hacia la docencia.

Para finalizar, les dejo estas sabias palabras de Miriam:

“—Ser docente es una condición del ser humano que sólo Dios en su infinito amor le permite conducir y orientar a sus semejantes, y en general a su entorno.”

 

—Paula Andrea Jiménez Guarín 8-C

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